El trazo más simple, la intención más profunda
En el umbral de cada año se renueva la posibilidad de condensar, en un solo gesto, una posición frente a la arquitectura y la ciudad. El cierre de 2025 se organiza en torno a la unidad gráfica más elemental: un trazo que inscribe una figura humana en el espacio y plantea una pregunta que antecede a todo proyecto arquitectónico y urbano: ¿quién habitará este espacio?
Todo proyecto comienza antes de materializarse en cualquier soporte. Nace en ese primer encuentro con nuestros clientes: cuando escuchamos y damos forma a sus deseos, reconocemos sus necesidades, leemos el contexto físico, cultural y ambiental y, casi en simultáneo, empezamos a imaginar una vida posible en el entorno del futuro proyecto. Quien encarga la obra es parte constitutiva de ese gesto arquitectónico inicial: es el punto de partida de cualquier operación de diseño. Todo proyecto nace de un cliente y, cuando su voz aún no está claramente definida, es necesario imaginarla y hacerla audible para proyectar con sentido.
Nuestra tarjeta de fin de año retoma ese primer gesto —el instante en que una conversación se convierte en proyecto— y lo asume como núcleo conceptual de nuestro mensaje de cierre de ciclo.
Escala, cuerpo y espacio habitable
En el dibujo arquitectónico, la escala suele aparecer como una figura humana que ayuda a entender el tamaño de los espacios. Desde esta perspectiva, la escala no es solo una medida: es también un gesto que sitúa al cuerpo, al sujeto, en el centro del proyecto.
Bajo esta mirada, cada espacio dibujado implica una responsabilidad respecto de la experiencia cotidiana que allí se producirá. La escala no solo mide; también reconoce, incluye, invita.
Dibujar la presencia
El gesto gráfico de dibujar figuras humanas es admitir que, incluso antes de que exista la obra, ya existe alguien que la habitará. Así, el espacio deja de ser un vacío abstracto para convertirse en un lugar potencial, cargado de relaciones.
La arquitectura aparece, entonces, como resultado de un trabajo compartido entre quienes piensan el espacio y quienes lo sostienen con su vida cotidiana.
El cierre de este ciclo y el inicio de uno nuevo en 2026 proponen una síntesis clara: la arquitectura adquiere su sentido más pleno cuando renuncia a pensarse en soledad y se entiende como escenario para la vida. Un solo gesto gráfico basta para recordarlo: inscribir una figura humana en el espacio es, al mismo tiempo, imaginar un mundo habitable y asumir la responsabilidad de hacerlo posible.
Hagamos de este año un proyecto compartido.
Feliz 2026