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Fecha de publicación: 14/10/2025
En el contexto actual, el entorno construido se enfrenta tanto a los desafíos de la crisis climática como al crecimiento de la demanda de infraestructura derivado del aumento poblacional. La arquitectura y el urbanismo avanzan hacia la adopción de materiales sostenibles y una mayor integración de la naturaleza en los proyectos. Así, la renaturalización urbana y la infraestructura verde marcan nuevas tendencias que buscan redefinir el futuro de las ciudades, promoviendo entornos más resilientes.
De niño, Kongjian Yu solía explorar los humedales y riberas de su aldea en la provincia de Zhejiang, al sureste de China. Un día, mientras jugaba cerca del agua, la corriente lo arrastró y estuvo a punto de ahogarse. Fue entonces cuando unos juncos, firmemente enraizados en la orilla, le ofrecieron un inesperado salvavidas. Años más tarde, esa experiencia infantil se convertiría en la semilla de una de las ideas más influyentes en la arquitectura y el urbanismo contemporáneos: el concepto de las “ciudades esponja”. Devenido docente, arquitecto, paisajista y urbanista propuso el concepto por primera vez en 2013 en la Universidad de Pekín.
Kongjian Yu, recientemente fallecido en un accidente aéreo en Mato Grosso, Brasil, mientras participaba en un documental sobre los humedales del Pantanal, es reconocido internacionalmente por esta propuesta que está transformando la manera en que las ciudades enfrentan el cambio climático y los desafíos de la urbanización.
¿Qué son las ciudades esponja?
La idea detrás de una ciudad esponja es, en esencia, sencilla: en lugar de recurrir al concreto para canalizar y evacuar el agua de lluvia, se apuesta por trabajar con la naturaleza para absorberla, purificarla, almacenarla y reutilizarla. Una ciudad esponja absorbe y retiene el exceso de agua que provocan las lluvias, tormentas o inundaciones en sus espacios verdes, actuando, en efecto, como una esponja.
Sin embargo, no se trata solo de humedales o riberas restauradas: una ciudad esponja es un entorno urbano con abundancia de elementos naturales o “verdes”. Estos espacios van desde árboles y áreas verdes hasta parques, lagos e incluso techos vivos. Estos equipamientos urbanos inspirados en la naturaleza forman parte de la infraestructura verde de una ciudad y son un componente cada vez más presente en la planificación urbana sostenible.
Aunque cada vez más ciudades se diseñan con estos conceptos en mente, también existen oportunidades para iterar en entornos urbanos de generación espontánea o no planificados. La esponjosidad de una ciudad no es una condición fija, sino el resultado de decisiones y estrategias de diseño urbano que pueden ser iterativas y adaptativas. Mediante la incorporación de infraestructuras como las mencionadas anteriormente, es posible incrementar la capacidad de absorción y retención de agua, mejorando así la resiliencia frente a inundaciones y sequías. Estas intervenciones no solo mitigan riesgos hídricos, sino que también aportan beneficios adicionales, como la mejora de la calidad del aire, la creación de hábitats para la biodiversidad y la generación de espacios de confort climático para los habitantes. Además, la creación de espacios verdes en el marco de la renaturalización urbana y la arquitectura biofílica fomenta el contacto con la naturaleza, lo que se traduce en beneficios comprobados para la salud mental y física de las personas, fortaleciendo el sentido de comunidad y la calidad de vida en las ciudades.
Ciudades tan diversas como Shanghái, Nueva York y Cardiff están adaptando su “esponjosidad” mediante jardines urbanos, mejoras en el drenaje de ríos y aceras bordeadas de vegetación, entre otras estrategias.
La permeabilidad urbana es una cualidad que puede ser cuantificada a partir de metodologías desarrolladas por equipos como el de Arup, firma global de diseño, ingeniería y consultoría especializada en el entorno construido, que ha colaborado con organismos internacionales en temas vinculados al desarrollo sostenible. La medición de la esponjosidad se basa en el análisis del porcentaje de superficie urbana ocupada por infraestructura verde y azul —es decir, parques, jardines, cuerpos de agua y corredores ecológicos— en relación con la infraestructura gris, compuesta por edificaciones, pavimentos y redes viales. Además, se evalúa la capacidad de retención hídrica de los suelos urbanos y la densidad de vegetación presente en cada área. Este enfoque permite comprender el potencial de absorción y regulación hídrica de la ciudad, así como su grado de integración con los ciclos naturales.
Cuatro ejemplos de ciudades esponja
Shanghái, China
En China, 641 de las 654 ciudades enfrentan problemas recurrentes de inundaciones. Para abordar esta situación, el gobierno implementó un programa piloto de ciudades esponja en 30 urbes seleccionadas. En Shanghái, el parque “Starry Sky” se integra a esta estrategia, contribuyendo a la gestión de inundaciones y al control del hundimiento del terreno.
Berlín, Alemania
Berlín se diferencia de otras ciudades alemanas porque obtiene su agua potable del subsuelo, sin usar tuberías desde manantiales. Tras sufrir inundaciones repentinas en 2017, la ciudad adoptó el principio de esponjosidad, que ahora es ley para nuevos desarrollos urbanos.
Yakarta, Indonesia
Yakarta se hunde a tal ritmo que Indonesia decidió construir una nueva capital a 1.000 km. Muchos consideran que el modelo de ciudad esponja es el único camino para preservar la ciudad.
Auckland, Nueva Zelanda
Según investigaciones de Arup, Auckland lidera en esponjosidad urbana, con un 35% de su superficie cubierta por áreas verdes o cuerpos de agua, gracias a su geografía y diseño urbano. La ciudad ha sufrido históricamente inundaciones, lo que ha impulsado la adopción de este enfoque.
Infraestructura verde y renaturalización urbana
La renaturalización urbana es un elemento esencial en la configuración de las ciudades esponja y constituye un factor central en la construcción de ciudades resilientes. Esta perspectiva propone la integración deliberada de elementos y espacios verdes en el tejido urbano, abarcando desde calles y plazas hasta cubiertas y fachadas. En diálogo con el diseño biofílico, la infraestructura verde contemporánea trasciende la función ornamental para convertirse en un sistema activo de regulación ambiental y social. Así, la renaturalización urbana redefine la relación entre lo construido y lo natural, promoviendo entornos urbanos más saludables, habitables y capaces de adaptarse a los desafíos del cambio climático.
La renaturalización urbana en las ciudades y su infraestructura puede materializarse a través de diversas estrategias que enriquecen el tejido urbano y promueven una relación más armónica con la naturaleza. Entre los métodos más relevantes se encuentran la implantación de groundscrapers —edificios de baja altura que maximizan la superficie verde—, la plantación sistemática de arbolado en calles, la integración de cubiertas y muros verdes, la creación de pequeños espacios vegetales entre edificaciones, el desarrollo de jardines urbanos y la consolidación de bosques urbanos o mini-bosques. Estas intervenciones, articuladas desde la planificación y el diseño, permiten reconfigurar la experiencia urbana y avanzar hacia entornos más resilientes.
Beneficios de la renaturalización urbana:
- Compensa emisiones de carbono. Los árboles y plantas urbanas capturan CO₂ y mejoran la calidad del aire.
- Mejora el bienestar de los habitantes. El contacto con la naturaleza reduce el estrés y los problemas de salud mental.
- Mejora la calidad del aire. Las áreas verdes absorben contaminantes y liberan oxígeno.
- Reduce la contaminación acústica. La vegetación atenúa el ruido de vehículos y maquinaria.
- Mitiga el calentamiento urbano y reduce el efecto invernadero. Los espacios verdes refrescan la ciudad y disminuyen la exposición al calor extremo.
- Reduce el riesgo de inundaciones. Las áreas verdes retienen y filtran el agua de lluvia.
- Favorece la biodiversidad. Proporciona hábitats para aves, abejas y otras especies urbanas.
Los espacios verdes inspirados en la lógica de los bosques no solo transforman el paisaje urbano, sino que también reconfiguran la interacción entre ciudad y naturaleza. Estos entornos, diseñados para gestionar el agua de manera eficiente, capturar carbono y favorecer la biodiversidad, contribuyen a la creación de nuevos ecosistemas urbanos. Su integración en la trama urbana aporta continuidad ecológica, mejora la conectividad entre áreas verdes y facilita la adaptación de la ciudad a los desafíos ambientales contemporáneos, consolidando un modelo urbano más resiliente y equilibrado.